Hace unos días tuvimos el enorme placer de ser invitados al casamiento de Anabel y Álvaro, unos amigos que decidieron unirse en matrimonio. Para nosotros la alegría fue doble. Por un lado, saber que han dado un paso tan deseado por ellos, que se han encontrado el uno al otro y verlos tan contentos fue una bocanada de amor de esas que te hacen sentir feliz. Por otro lado, sólo había 30 invitados en total y ser parte de esos 30 nos hace sentir muy orgullosos y a la vez responsables de cuidar una amistad que evidentemente se ha fijado en nuestros corazones sin darnos cuenta. Tanto para nosotros como para ellos, casarse significa uno de los momentos más importantes en la vida de una pareja que vive el amor. Ser parte de ese momento es algo que no olvidaremos.
A todo este torbellino de emociones se sumó la excelente organización de todo. Dejamos a Matías con unos amigos y nos fuimos con el coche hasta Sevilla. Llegamos al hotel el viernes a las 21:15 y a toda velocidad nos fuimos a un hotel donde habían organizado un cóctel para que se conozcan todos los invitados. El hotel elegido estaba justo frente a la Giralda, donde nos asignaron una de las terrazas, combinación que supuso una vista que quita el hipo. Poco a pocos nos fuimos presentando mutuamente y pudimos conocer a todos los invitados. El cóctel estuvo muy bien, pero lo que más disfrutamos fue la compañía y las vistas.
El sábado por la mañana, después de desayunar, nos fuimos todos hasta la Iglesia. El plan era ir a esperar a los novios a su hotel y acompañarlos caminando hasta la Iglesia, pero una lluvia matinal un poco desagradable nos obligó a encontrarnos todos directamente en la Iglesia. La ceremonia fue muy emotiva. Sencilla, pero agradable. Afortunadamente la lluvia cesó y pudimos cumplir el resto del plan. Al salir de la Iglesia recorrimos las calles del casco antiguo de Sevilla en procesión, recibiendo los aplausos de la gente que nos veía pasar, parando a hacer fotos en algunos puntos históricos, como ser la propia Giralda. El recorrido finalizó en el restaurante.
El banquete tuvo lugar en un restaurante impecable. Las raciones eran las justas, no nos dejaron pesados como si nos hubiésemos dado un atracón. El servicio del restaurante también fue ejemplar, nos atendieron muy bien. Por si fuera poco, terminamos la jornada disfrutando de un tablao flamenco a las 12 de la noche, donde presenciamos cómo, a la luz de las velas, dos cantores honraban a la Virgen antes de empezar a cantar para el resto del público. La pasión que ponían entonando para la Virgen era sobrecogedora.
Realmente fue una verdadera alegría, sobretodo porque ellos dos fueron quienes más disfrutaron. Verlos tan contentos y enamorados es un placer y hace que todo se disfrute mucho más. Es una experiencia que no olvidaremos.
Saludos,
Fede