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MatÃas y yo en el sofá
Esta mañana surgió el tÃpico debate sobre pegarle a los niños, si es bueno o no. Me gustan estos debates porque sacan a flote la verdadera miseria humana, la hipocresÃa, la doble moral y todo tipo de excreciones similares tan tradicionales en el ser humano. Personalmente creo que es un tema de fácil resolución: la violencia nunca está justificada y menos cuando es dirigida a un niño. En primer lugar, pegarle a un ser indefenso me parece un acto de cobardÃa. Más aún, cuando se trata de un niño, quien no sólo está en inferioridad de condiciones tanto fÃsicas como intelectuales. Un menor no tiene la capacidad de discernir ciertas cosas como se presupone en un adulto. Eso para empezar a hablar. En segundo lugar, decir que un chirlo es un correctivo leve, que no es pegar, me parece otro acto lamentable de justificación patética. Pegar es pegar, no importa la intensidad. Con ese argumento, dar una bofetada a un compañero de trabajo estarÃa justificado en un gran número de situaciones, total, es tan solo una bofetada. Intentémoslo y veamos las consecuencias…
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Creo fervientemente que un chirlo, una colleja, una bofetada, un cachete y demás son, simplemente, un instrumento que evita la parte complicada: educar. Los padres tenemos la responsabilidad de educar, de transmitir las herramientas necesarias para que nuestros hijos sean capaces de tomar decisiones con criterio, con argumentos sólidos, razonadas. ¿Eso es una bofetada? ¿Es un acto razonado, con argumentos sólidos y la decisión tomada luego de meditar sobre el acto que la incita? ¿Se nota que estamos empezando a debatir sobre el absurdo o tengo que seguir?
Sin embargo, aún mucha gente considera que un chirlo a tiempo es un gran remedio. Yo nunca le he pegado a MatÃas, espero no hacerlo nunca. Desde luego, lucharé con todas mis fuerzas para que mi lado más bárbaro no se apodere de mà y pierda los nervios de tal forma que llegue a una situación de la que me arrepentiré toda mi vida. También estoy convencido de que la forma correcta es intentar explicar siempre, tantas veces como sea necesario, lo que está bien y lo que está mal. «Es que se lo he dicho ya 30 veces», pues dilo 31 si hace falta. Desde luego, las explicaciones siempre tienen que ir acompañadas de un argumento sólido, no vale eso de «no hagas esto porque lo digo yo». Vale, yo soy tu padre, pero aún asà a todos nos gusta saber porqué no debemos hacer algo. No es fácil, en concreto MatÃas no hace mucho caso que digamos, aunque le doy el margen de que tiene 2 años y todavÃa no entiende muy bien lo que le explicamos. Otro punto importante, en mi opinión, es que las cosas hay que explicarlas aunque pensemos que no entiende. Yo le explico todo a MatÃas desde que nació, absolutamente todo, intentando hacerlo en términos comprensibles para él. Sé que será más difÃcil cuando pueda ser él quien pregunte más e indague sobre temas escabrosos, pero yo intentaré siempre explicar.Â
Por último, no nos olvidemos de que nuestros hijos son nuestros primeros imitadores, tal y como demuestra la foto que puse… No importa si nos llevamos mal o bien con ellos, si tenemos una relación profunda o distante, simpre, en todos los casos, de una forma o de otra, nos imitan. Cuando hablo de imitar no me refiero únicamente a que copian, sino que todo lo que ven y escuchan de nosotros afecta a su comportamiento futuro. Por ello, los primeros que debemos ser fieles a nuestros principios y a nuestras ideas somos nosotros mismos, los padres. Desde el dÃa que nace nuestro hijo, tenemos la responsabilidad de ser cada dÃa mejores porque tenemos un par de ojos que nos vigilarán el resto de nuestras vidas. Además, esto ocurre en los momentos menos pensados. Lo que decimos frente al televisor, las opiniones que soltamos sobre nuestros jefes o nuestros compañeros de trabajo, la forma en que tratamos a nuestra pareja, a nuestros padres, a nuestros hermanos, el trato que damos al resto de quienes nos rodean. Si nosotros faltamos el respeto al maestro de nuestro hijo, él lo hará. Indudablemente.
Un abrazo,
Fede